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El coronavirus hace estragos entre los negocios más antiguos de Madrid

«Cada mes que estamos cerrados suponen 60.000 euros de pérdidas», asegura Antonio González, dueño de Casa Botín (1725), el restaurante más antiguo del mundo. «Hemos recurrido a créditos para aguantar el tirón porque tenemos 75 empleados, 75 familias, que son mi principal preocupación».

Acreditado por el libro Guinness de los récords y situado a pocos metros de la Plaza Mayor, Botín atrae cada año a miles de clientes nacionales y extranjeros. En el 2025 tendría que cumplir trescientos años, pero en este momento es imposible saber cuándo volverá a servir sus suculentos cochinillos. «Hay una gran incertidumbre, no sé cuándo abriremos», añade González. «Aunque sea posible legalmente, no lo haremos al principio porque no vendrá nadie y supondría un gasto descomunal. Esperaremos unas semanas para ver cómo evolucionan las cosas».

Droguería El Botijo, en la Calle Toledo.

A pesar de ello Antonio González se muestra optimista: «El planeta volverá a la normalidad, es cuestión de tiempo. No nos planteamos despedir a nadie ni  cerrar salvo catástrofe. Asumiré las pérdidas y aprovecharé para mejorar aspectos del negocio». Además recuerda que ésta no es la coyuntura más difícil que ha vivido Botín: «Fue peor en la Guerra Civil, cuando mi abuelo tuvo que quedarse en el restaurante para evitar que entraran los okupas de entonces».

Su optimismo contrasta con el ambiente de preocupación generalizado entre los negocios de la zona. Dos puertas más arriba Alfonso Sanchidrián, propietario de El Kinze (1900), la barbería más antigua de Madrid, augura una caída significativa de ingresos: «En el mejor de los casos llegaremos al 70% de lo que teníamos antes». De continuar así las cosas cree que tendrán que reducir la plantilla, de los actuales siete empleados a cinco como máximo.

Barbería El Kinze, en la calle Cuchilleros.

La principal queja de Sanchidrián es que Madrid Central limita el acceso tanto de los trabajadores de El Kinze como de sus clientes, y además «pone en peligro su seguridad, ya que tienen que desplazarse en transporte público, contra las propias recomendaciones que nos llegan de que utilicemos el transporte privado para evitar contagios».

Otro comercio del siglo XVIII es la droguería El Botijo (1754), un local pequeño de la calle Toledo que pasa fácilmente desapercibido pero fue mencionado por Machado y Galdós. Su propietaria, Mercedes Rodríguez Palencia, lamenta su situación : «Me he quedado sin un duro, he tenido que pedir prestado a mis familiares y ahora calculo que mis ventas van a caer más de la mitad. A mis sesenta años pensaba tomarme más tiempo libre, y sin embargo tengo que volver a empezar».

El Botijo reabrió ayer lunes sus puertas. Sus cuatro empleados hasta el momento no han cobrado los ERTEs de estos dos meses. «Lo presentamos el 20 de Marzo y seguimos esperando». La burocracia añade obstáculos: «Hacen falta tantos papeleos y requisitos que es casi imposible. Para acceder a una ayuda me pidieron el alta de autónomos, ¡un papel de hace 25 años!».

La Posada de la Villa, en la Cava Baja.

A un minuto a pie tenemos nuestro siguiente negocio centenario. El empresario Félix Colomo es el dueño de la Posada de la Villa (1642), restaurante de la Cava Baja fundado originalmente como hospedaje, y de Las Cuevas de Luis Candelas, célebre por el bandolero que todas las noches, trabuco en mano, vigila la entrada. En total da empleo a más de cien personas. Hoy todas ellas se acogen a un ERTE. Según Colomo, la situación sólo se puede definir como «una ruina».

«Hemos pedido créditos ICO para mantenernos hasta Diciembre, no creo que se arregle el negocio antes», pronostica. «Vivimos del turismo, nacional e internacional. Aunque esté permitido abrir, hasta que no empiece la gente a viajar no podemos hacer uso de todo el personal. Es inviable, cuesta mucho dinero. Lo veo mal».

¿Podría llegar a desaparecer este negocio, que abrió sus puertas antes de que reinara en España la dinastía de los Borbones, en los días en los que Quevedo y Velázquez caminaban por estas mismas calles? «No lo descarto. Torres más altas han caído».

Él mismo se asombra de plantearse algo así: «¡Cómo va a cerrar La Posada, Las Cuevas de Luis Candelas, o Botín, si somos parte de la historia de Madrid!  Pero todo puede pasar». Colomo también pide que el Gobierno «se dé cuenta de lo que significamos los empresarios de hostelería para Madrid».

En esa crítica le acompaña Irene Guiñales, la sexta generación de la familia propietaria de Casa Pedro (1702), en sus primeros días una fonda para arrieros y hoy restaurante con solera del barrio de Fuencarral:

Foto antigua de Casa Pedro, en el barrio de Fuencarral.

«Lo último que quiere todo empresario decente es despedir a sus empleados. Me siento desamparada y defraudada por el gobierno, que nos culpabiliza cuando debería defendernos». Según Guiñales, se trata de la peor situación que han vivido en estos tres siglos: «Nunca habíamos cerrado el negocio, en la vida. Esto está siendo durísimo. No sabemos qué va a pasar, no hay medidas claras, es todo de una gran incertidumbre»

Casa Pedro tiene veinte empleados, todos ellos acogidos por el momento a un ERTE. Han recurrido a un préstamo familiar y por el momento no se plantean cerrar el negocio: «Ni pensarlo. Tenemos que salir adelante».

Un establecimiento fundado antes que todos los citados, La Posada del Peine (1610), a un paso de la Plaza Mayor, ha cambiado de uso varias veces durante su historia. En la actualidad pertenece a la cadena de hoteles Petit Palace. Por el momento se encuentra cerrado y no saben cuando volverá a abrir.

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