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Gran Via

La joven Gran Vía y su siglo de historia

¿Quién diría que la Gran Vía no venía incluida en Madrid desde tiempos remotos? Pese a que es una idea que quizá tengan muchos madrileños y turistas, sería un error caer en ella.

No fue hasta que el bisabuelo del actual rey consideró que España se estaba quedando anticuada al lado de las novísimas potencias europeas, que ordenó la construcción de esta avenida a principios del XX. Así es: esa extensa calle que parece ensanchar y engrandecer el centro de Madrid tiene poco más de un siglo de vida.

En abril de 1910, Alfonso XIII, piqueta de oro en mano, da salida a una obra urbana que, tras cuarenta años de construcción y más de trescientas casas derribadas, daría lugar a la actual y grandiosa Gran Vía. El proyecto se desarrolló a lo largo de tres fases, y es que 9.000 metros de acera levantada no es una tarea que se ejecute de la noche a la mañana.

La Gran Vía en el teatro

Aunque lo cierto es que Alfonso XIII no fue promotor de esta construcción; ya en la segunda mitad del siglo XIX se venía fraguando la posibilidad de construir una elegantísima calle principal que, entre otras cosas, sirviera para desahogar el casco histórico del creciente tráfico. Sin embargo, este proyecto inicial se vio frustrado por unas circunstancias sociales y legales que no fueron nada propicias.

Tanto fue el revuelo que levantó entre los ciudadanos y la diversidad de opiniones que en 1886 el dramaturgo Federico Chueca en colaboración con Joaquín Valverde crearon La Gran Vía, una zarzuela que constaba de un acto y cinco cuadros y que, por la calidad de la obra y la fama de los autores, no tardó en hacerse famosa.

Cartel de la obra La Gran Vía

La sátira y el buen humor fueron los pilares fundamentales de esta representación que, pese a no tener un argumento profundamente definido, se popularizó al tratar las preocupaciones políticas y sociales del momento. Todo un éxito a nivel de calidad y entretenimiento, aunque nada con lo que la auténtica Gran Vía terminaría siendo.

Tres fases de construcción

El primer tramo de construcción se ejecutó entre 1910 y 1917, y recorría el espacio comprendido entre la calle Alcalá y la Red de San Luis. A esta extensión también se le denominó avenida del Conde de Peñalver, ya que este exalcalde de la ciudad ofreció un gran apoyo al proyecto y falleció en 1916 sin ver finalizado el proyecto.

El segundo, entonces denominado calle de Pi y Margall, partía de la Red de San Luis y llegaba hasta Callao. Esto fue entre 1917 y 1921, por lo que fue la parte de obra que menos años duró.

El tercero y último tramo abarcó desde Callao hasta Plaza de España. La entonces avenida de Eduardo Dato comenzó su construcción en 1926 y no terminaría hasta 1931, aunque los solares pertenecientes a este espacio no se ocuparían en su totalidad hasta mitad de siglo.

Edificio Carrión iluminado

Conforme se fue dando forma a esta extensa avenida, se iban abriendo progresivamente locales de ocio y establecimientos comerciales, todo ello con un aire muy neoyorkino. De estos años datan, además, construcciones tan emblemáticas como el Edificio Carrión, popularmente conocido como Capitol, que acoge en su cavidad el cine de nombre homónimo. También el archiconocido Edificio de Telefónica, levantado como sede de la compañía en 1929.

Durante la Segunda República Española la Gran Vía recogió frutos de sus años de construcción: los carteles de cines promocionaban nuevas obras de forma continuada, y los comercios hacían sonar su caja registradora como si la convulsión política de la época no consiguiera traspasar aquel trozo de paraíso hecho a base de cemento.

“Avenida de los obuses”

Sin embargo, todo cambió con el estallido de la Guerra Civil y su impacto en una ciudad que se resistía a la invasión franquista. Desde el punto de vista militar, la avenida se convirtió en una vía de suministros para aquellas zonas que se encontraban en combate, como fue el caso de Ciudad Universitaria, y algunas ilustres edificaciones se vieron forzadas a servir a la causa defensiva abandonando, aunque solo fuera por esos duros años, todo su esplendor: se trató del ya citado Edificio Telefónica, que debido a su altura privilegiada se convirtió en uno de los puestos de vigilancia más destacados.

Explosión durante la Guerra Civil

Con las tropas sublevadas en Casa de Campo, los bombardeos de obuses a la urbe eran diarios -en especial por las zonas de Argüelles y centro-, tanto es así que la Gran Vía comenzó a ser conocida vulgarmente entre los propios ciudadanos como la “Avenida de los obuses”. Pero no fue este el único apodo que tuvo: antes de que se desatara la batalla de Madrid, los dos primeros tramos pasaron a llamarse “Avenida de la CNT” —aunque el segundo de ellos sería rebautizado con el nombre de “Avenida de Rusia” años más tarde— y el tercero “Avenida de México”.

Tras el paso de la batalla la calle quedó muy deslucida. El impacto de los proyectiles hizo que, aquel tercer tramo que terminaron de construir solo unos años antes, se convirtiera en un auténtico solar devastado.

Reconstrucción y esplendor de la Gran Vía

Con tiempo y mucho trabajo, poco a poco se comenzó a sanear y cuidar la calle, siendo unificada por primera vez y nuevamente renombrada como avenida de José Antonio Primo de Rivera. Sin embargo, no fue algo que los madrileños tomaran al pie de la letra, ya que siguieron llamando a los tres tramos Gran Vía, haciendo popular este nombre y asentándolo para la posteridad.

Las carteleras de los cines y los comercios volvieron a su creciente actividad en un abrir y cerrar de ojos, y la calle se popularizó internacionalmente como seña de identidad española. Fue, además, en esta época cuando el Museo Chicote alcanzó su prestigio y fama, ya que en 1940 Pedro Chicote, dueño del establecimiento y barman del Hotel Ritz, dio a conocer su bar como uno de los primeros locales de cocktail de la ciudad, en el que albergaba una colección de casi diez mil botellas diferentes.

Interior de Museo Chicote

Y aunque la denominación popular estuviera ya más que asentada, un dato curioso es que las palabras “Gran Vía” no lucirían en un rótulo hasta el año 1981, bajo la alcaldía de Enrique Tierno Galván. Así pues, en plena Transición se le reconoció el nombre que varias generaciones de madrileños ya habían hecho inmortal mucho antes.

Redacción

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