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la importancia de llamarse ernesto madrid

‘La importancia de llamarse Ernesto’, o la persistencia de la ambigüedad en la sociedad

La hipocresía y el cinismo son dos actitudes de las que todos hemos pecado alguna vez, o de las que hemos hecho un uso preocupantemente competente. Sin llegar muy lejos, hace falta ver las contradicciones de los comentarios que se acumulan en publicaciones en redes sociales y los perfiles de aquellos que las emiten; la representación más pura de nuestra sociedad a un click.

Cuando lo irrisorio se vuelve regla y el sentido común es un bien que escasea, lo sensato se convierte en una especie única y en extinción. En esta materia, Oscar Wilde fue un maestro muy avanzado con su obra La importancia de llamarse Ernesto, representación que ocupa la cartelera del Teatro Pavón de Madrid hasta el próximo 30 de junio, y que relata la historia de dos hombres que azarosamente consiguen el amor a través de la idea detrás de un nombre del que ambos carecen.

Con un libreto bastante aferrado a la obra original del dramaturgo irlandés, la pieza hace malabares entre la época victoriana y la contemporánea, con principal evidencia en el vestuario y algunas expresiones adaptadas a los modismos actuales. Sin embargo, la acidez de las líneas mantienen vivo este intenso ataque a la hipocresía social que solo puede esclavizar a quienes forman parte de ella.

Una pieza controlada por ‘Las mujeres de Ernesto’

John Worthing (Pablo Rivero) y Algernon Moncrieff (Ferran Vilajosana) son los conductores de este tren que promete descarrilarse en la puesta en escena y que, aunque tiene nombre de hombre, es genuinamente conducido por una mujer, o dos, mejor dicho.

Sin embargo, y con la destacada y fresca representación de Paula Jornet, son Cecily Cardew, Gwendolen Fairfax (Júlia Molins) y, en gran medida, Miss Prim (Gemma Brió) aquellas que han configurado a ese falso Ernesto del que ambos caballeros que hacen vida en Londres se vuelven, casi por coincidencia, esclavos de él.

Con una escenografía sencilla e inteligente, la pieza logra emular una cuidada casa de campo y un prestigioso departamento en la capital inglesa. Por su parte, un juego de palabras que, a pesar de no alcanzar la destreza y perspicacia del texto original por los significados que se escapan por su traducción, la obra hace lo posible por replicar tal cinismo, aunque la historia de por sí ya es bastante absurda.

En este caso, los personajes de Lane y el reverendo Chasuble (interpretados por Albert Triola) junto a Lady Bracknell (Silvia Marsó) contribuyen a la acelerada conducción de ese tren hasta la parada del ‘verdadero Ernesto’, que no es más que la reflexión sobre una libertad casi que entregada por voluntad para apretarse el corsé hasta la asfixia de los estándares sociales de ayer y hoy.

Lo tradicional en lo actual y su vigencia

A pesar de los años que la pieza carga consigo, hay algunas escenas que nos llevan a referencias de la cultura actual y las nuevas costumbres de la sociedad. Desde el número que interpretan Rivero junto a Molins, que recuerda a Ryan Gosling y Emma Stone bailando bajo las estrellas en La La Land (2016), pasando por un despecho acompañado de una borrachera con la famosa ranchera de Paquita la del Barrio, hasta el tatuaje que lleva el personaje de Gwendolen como prueba final de amor eterno a un Ernesto que no existe.

Fiel a su relato original, la pieza es fresca y mantiene la atención de aquellos sentados en las butacas del teatro. El vestuario genera un poco más de contraste, con algunas piezas más cercanas a la época en la que Wilde la ejecutó, y otros atuendos, como el de Cecily Cardew, que juega entre la actualidad de una adolescente norteamericana hace una década.

Este clásico de la literatura va aumentando su intensidad, tanto en la profundidad del mensaje que conlleva su humor, como en las actuaciones, cada vez más potentes. Esto se nota especialmente en la de ambos ‘Ernestos’ destacando las interpretaciones con la que Rivero afronta el personaje de Worthing por el repentino desamor de Gwendolen en el campo, y cómo Vilajosana abandona ese carácter aristócrata para entregarse frenéticamente a un absurdo y repentino enamoramiento.

Y es que mentira no es que ‘en la vida hay que ser muy serio para poder llegar a divertirse’, y para hacerlo de forma inteligente, tal y como en la pieza del dramaturgo, hay que asistir a esta obra motivado a escapar de las obligaciones, entendiendo la responsabilidad que esto conlleva y la ambigüedad moral de la sociedad a la que estamos sometidos desde hace siglos.

La obra de Wilde, aunque añejada por los años que la acompañan, no pierde su contemporaneidad con esos guiños a una doble vida que en la actualidad para muchos que es virtud y condena, proporcionada por las plataformas sociales. Hay muchos bunburystas sueltos en la vida on y offline.

Elementos clave de la representación

Lo mejor: una pieza que se mantiene fiel a sus orígenes y al mismo tiempo es tan actual como las letras de un periódico recién impreso, con actuaciones refrescantes como la de Paula Jornet con su doble papel como actriz y compositora, y la de Pablo Rivero.

Se echó de menos: un poco más de ritmo en la pieza, que podría conseguirse sin la necesidad de una continua musicalización de la misma.

Ficha técnica

Teatro Pavón de Madrid
Autor:
Oscar Wilde.
Director: David Selvas.
Producción: Teatre Nacional de Catalunya, La Brutal y Bitò.
Traducción: Cristina Genebat.
Composición música original: Paula Jornet.
Diseño del espacio escénico: José Novoa.
Intérpretes: Silvia Marsó, Pablo Rivero, Júlia Molins, Ferran Vilajosana, Paula Jornet, Albert Triola y Gemma Brió.

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