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Miguel Ángel Quintana Paz: «Madrid está repleto de historias por contar».

«Madrid Q&A» es una indagación, en forma de cuestionario, sobre la relación personal de vecinos o visitantes de Madrid con la ciudad. Y, quien dice la ciudad, dice del Xanadú al pico de Peñalara: que Madrid, ya lo sabemos, no es tanto un callejero como un estado mental.

La claridad es la cortesía del filósofo; la amenidad, su sex appeal. Sus textos fluyen como piezas de baile, excipiente de lujo para un buen chute de verdad. No le hace falta martillo para abrir un butrón en el mainstream; dicen que se le ha visto hacer trizas cerebros por la sencilla vía de mentar al elefante, y demoler confortables mentiras colectivas con cócteles al cincuenta de rigor e ironía. Con una puntita de esa ironía inconfundible nos cuenta su Madrid; y le añade bastante de la ternura con que se cuenta lo que no se cuenta a todos; ésa que se reserva para los viejos amantes a los que se sigue volviendo, aunque pasen los años. Madrid visto desde un balcón salmantino: un paisaje que tiene, para suerte de quienes le leemos, aire de autorretrato.  

1.¿Cuándo le dan a uno el carnet de madrileño?

Hay todo un debate filosófico sobre la diferencia entre las palabras y las cosas, entre el lenguaje y el ser. En el caso de Madrid, por suerte, ese debate está resuelto: se trata de una ciudad tan abierta, que cualquiera que hable de Madrid ya es un poco de Madrid. Representa un caso ciertamente insólito.

2. ¿Qué es lo mejor de un gato? ¿Y lo peor?

Un madrileño consideraría de muy mal gusto excluirnos a cualquiera de los demás de su ciudad. Tal apertura, que es una gran virtud, conlleva empero un lado menos brillante: esa tendencia de los madrileños a dar por supuesto que a todos nos interesan tremendamente los pequeños detallines de su ciudad.

Recuerdo, por ejemplo, el inicio del verano de 2015. Varios medios de comunicación nacionales, cuyas redacciones suelen estar fuertemente madrileñizadas, nos contaron con pelos y señales a todos los españoles los horarios de las piscinas municipales que había implantado la nueva alcaldesa, Carmena. Imaginemos cómo se sentiría un madrileño si tuviera que leer en un periódico nacional disquisiciones sobre cuántas horas abre o deja de abrir un centro social en Vitigudino, o el color del que pintan el registro civil de Albacete.

3. ¿Dónde queda el ascensor para ir de Madrid al cielo?

Es un ascensor que se eleva, a menudo, desde sus sótanos más bajos. El viaje, pues, es largo.

4. ¿Cuál es el último amanecer que ha visto o, en su defecto, el que no olvidará nunca?

Todos los amaneceres que he visto desde una habitación de hotel, apenas llegado del Madrid nocturno. Si poco antes nos habíamos tomado unos churros, tanto mejor.

5. ¿Una alcoba en el centro, o un palacio en las afueras?

Tal y como se ha puesto hoy la vida, me temo que incluso una alcoba a las afueras está lejos de mi alcance. Y, puestos a soñar despiertos, pues un palacete en el centro. Que sirva para dar clases de día y fiestas de noche. A veces, al revés.

6. Desmiéntame un tópico sobre Madrid o los madrileños.

Se trata de un tópico que ha llegado incluso a la legislación: el tópico de que Madrid es una comunidad autónoma. No lo es o no debería haberlo sido. Se trata de nuestro distrito federal. “Federal”, que viene de “foedus”: el pacto de prestarnos ayuda a los demás, que luego debería ser recíproca.

7. Ahora, confírmeme otro.

Hay partes de Madrid que son feas. Pero eso está bien: como decía Unamuno del feo Bilbao, así nos prepara para la vida.

8. ¿Cuál es el mejor momento del año para degustar Madrid?

Las noches de final de agosto. Ya no hace calor, la gente aún no ha vuelto, se presagia el nuevo curso.

9. ¿En qué rincón de la ciudad se cita con la nostalgia?

En la ermita de San Antonio de la Florida. Viví unos años cerca. Siempre me ha parecido melancólicamente posmoderno que se construyese una iglesia gemela al lado para albergar las ceremonias religiosas, porque la original había quedado dedicada solo a la contemplación de los frescos de Goya. Entre Dios y el arte, parece que venció este último y el primero se retiró.

Ermita de San Antonio de la Florida (y su edificio gemelo)

10. ¿Para qué sirve una olimpiada?

Creo que los juegos olímpicos han degenerado un tanto desde tiempos de la antigua Grecia. Me cuentan que ahora sus participantes van vestidos y todo.

11. ¿Qué le enamora más… de Barcelona?

Decía Vattimo que solo podemos enamorarnos de cosas que sabemos que son vulnerables. Por eso es muy fácil enamorarse de Barcelona hoy.

12. ¿Quién es Madrid hecho carne?

Joaquín Sabina. Un jienense.

13. ¿De qué piezas consta su día diez en Madrid?

Si acaba en el Toni 2, es que ha sido bueno.

14. ¿Cuál es el himno no oficial de Madrid?

El de mi generación probablemente sea el “Aquí no hay playa”. Es curioso porque el grupo que lo cantaba, The Refrescos, era madrileño, pero usaba una desapegada segunda persona del plural para referirse a sus paisanos: “Podéis tener Retiro, Casa Campo y Ateneo / Podéis tener mil cines, mil teatros, mil museos / Podéis tener Corrala, organillos y chulapas / Pero al llegar agosto… ¡Vaya, vaya!: Aquí no hay playa”. En fin, es un poco posmoderno esto de ponernos ahora a hacer hermenéutica de la letra de un grupo ska, así que dejémoslo ahí.

Toni 2.

15. ¿Qué vista de Madrid le hace olvidar el mar?

Hace años hubo risas cuando un candidato a la alcaldía, Antonio Carmona, propuso recuperar las naumaquias en el lago del Retiro. No me parece que fueran risas procedentes. Creo que esas naumaquias nos hubieran hecho olvidarnos del mar. Bueno, nos hubieran hecho olvidarnos de casi todo.

16. ¿Callos o sushi? Y, ya que estamos, ¿Lucio o DiverXo?

Cultivo cierto eclecticismo en cuestiones gastronómicas. Como de todo. Me gusta pensar que es de las pocas cosas en que vivo de forma un tanto estoica.

17. ¿Cuál es su rasgo más inequívoco de madrileñismo?

Soy noctámbulo.

18. ¿A quién le alfombraría de claveles la Gran Vía?

Los claveles son la flor torera por excelencia, así que a los diestros de la plaza de Las Ventas. Y eso que no he entrado en ella nunca.

19. ¿Hay vida más allá de la M-30?

Esa es una pregunta muy de madrileño. Así que permíteme recordarte que aquí no hay playa.

20. ¿Cuál es el secreto mejor guardado de su Madrid?

Siento nostalgia de los seminarios que organizaba Quintín Racionero los viernes por la tarde en la UNED. Llegaba la noche y seguíamos ahí, pegados a la M-30, discutiendo sobre el significado de una coma en Heidegger. Salíamos ya tarde y nos íbamos a algún garito nocturno a seguir hablando y bailar. Me hubiese gustado estar un poco menos concentrado en aquellos debates para darme cuenta de que aquello se parecía bastante a la felicidad.

21. ¿Y su último descubrimiento en la capital?

Las cenas en casa de Ana Palacio. Es una anfitriona estupenda, a la vez dicharachera y estricta. Nos obliga a los comensales a hablar por orden, sin formar corrillos ni bataholas. Me siento un poco intruso, porque acude gente de lo más egregia. Pero ese sentimiento es parte del encanto.

22. ¿Qué vez se dejó el corazón en Madrid, como Chavela?

Hace mucho tiempo (aún no estaban popularizados los móviles, y usábamos poco internet) olvidé un número de teléfono sobre la mesilla de un hostal. Era mi único vínculo con alguien a quien había conocido de casualidad y con quien había pasado un fin de semana estupendo. Caí en la cuenta de mi descuido durante el viaje de vuelta a Salamanca. Pero no me atreví a llamar luego al hostal: me hubiese sonrojado pedirles que revisaran sus papeleras, solo en busca de unas cifras. Como si fuera un asunto de vida o muerte. Así que por ahí se quedaría ese número. Ahora me doy cuenta de que no se trataba solo de dejar un papelito, pues me viene a la mente justo esta historia para responder justo a esta pregunta.

23. Lugar de Madrid en que ha sido más feliz.

Creo que todos los de la primera vez que lo visité, de pequeño. Mi madre insistía en que quería que viésemos el metro, y yo no entendía muy bien cómo se podía ver un metro, que para mí era solo una medida de longitud (sonaba a “ver una hora” o “ver un kilo”). Cuando averigüé que era un mero tren subterráneo me defraudó un poco. Pero aquella decepción la compensaron los carteles, tan luminosos, tan gigantescos (entonces me parecieron kilométricos), de los cines de la Gran Vía. Me daban la sensación de prometer decenas de películas larguísimas que contuvieran cientos de historias aún por contar.

teatro edp gran vía

La Gran Vía.

24. Mejor lugar para aprender algo de un hijo.

Desde niño me gusta mirar esos edificios de viviendas enormes de Madrid, a primeras horas de la noche, e imaginar las docenas de historias que habrá detrás de cada ventana iluminada. Un poco como “La ventana indiscreta”, pero sin prismáticos, con muchas más ventanas y con abundante imaginación, porque no puedo divisar nada dentro de ninguna casa. Si tuviera un hijo me gustaría jugar con él a imaginar esas historias.

25. Si se pierde, ¿dónde le encontramos?

Paseando de noche por la ciudad. No les dé apuro abordarme: todavía pienso, como cuando visité de niño la Gran Vía, que Madrid está repleto de historias por contar.