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La piscina (V): «Esa convivencia afable de héroes y santos, esa densidad de luz, poesía y pensamiento, es la aportación mediterránea a Occidente»

‘La piscina’ es una crónica de Madrid en verano, esa ciudad de cuyos humeantes pavimentos, fruto del infernal calor, huyen los que viven en ella; pero de la que disfrutan, tras vencer la molicie, aquellos defensores de su indolente encanto.

Como cada verano por estas fechas, San Lorenzo llora estrellas fugaces desde la constelación de Perseo. Esa convivencia afable de héroes y santos, esa densidad de luz, poesía y pensamiento, es la aportación mediterránea a Occidente. Que se une a aportaciones igualmente interesantes de nuestros hermanos germánicos tales como (si no tenemos en cuenta las que se apoyan de un modo u otro en el sustrato mediterráneo) el arte de cavar letrinas en la escarcha, ahumar carne de oso, o ese admirable espíritu innovador en el campo de la depravación moral. La riqueza de la diversidad.

Perseo de Cellini, plaza de la Señoría, Florencia (Italia)

Las lágrimas de San Lorenzo tienen, claro, una explicación científica. Es una explicación disponible entre los primeros resultados de Google para «perseidas», y por eso la incluyen todos los refritos periodísticos propios de la temporada. Así, gracias a los esforzados becarios de las redacciones, uno aprende cosas como que el solitario orbitar de nuestro planeta surca estos días la estela del cometa conocido como 109P/Swift-Tuttle. O que esas partículas que, al contacto con la atmósfera, se encienden con relumbrón de primera vedette, no son en realidad mayores que un grano de arena. Estar en poder de estos datos envalentona a veces a algún lector de periódicos, que se sonríe, lleno de condescendencia hacia esos antiguos capaces de creer en héroes y santos. Quizás los antiguos le devolverían la sonrisa, si ciertas confusiones que el lector de periódicos da por cosa cierta se enunciaran en voz alta. Por ejemplo, esa que consiste en creer que investigar los mecanismos de lo físico responderá al misterio de la existencia. Como si, a fuerza de profundizar en los cómos, pudiéramos convertirlos en porqués. Es interesante saber cómo se origina una estrella fugaz, sí. Pero nada nos dice sobre las preguntas fundamentales: por qué perseidas, y no la Nada oscura. O por qué los ojos que las observan desde una tumbona del jardín, mientras los hielos aguándose van echando a perder el whisky. Salvo que uno haya tenido la sabiduría suficiente para no alejarse de Madrid y su agua.

El cielo urbano no es el más indicado para avistar fenómenos celestes, pero los devotos de San Lorenzo son igualmente legión entre los abonados al verano de la Villa. Al Santo le debemos El Escorial. Admirable en sí mismo y, por ello, coartada inmejorable para huir rumbo al frescor. Y a ese azul que, en verso de Alberti, cambia de nombre en la paleta de Velázquez, para llamarse Guadarrama. Puede que rumbo, también, a un charolés de buey en el clásico establecimiento del mismo nombre, o incluso de alguna exquisitez de Montia.

Monasterio de San Lorenzo de El Escorial

Pero al Santo del verano le debemos, sobre todo, la verbena de Lavapiés. Justo después de las fiestas de San Cayetano, en La Latina, cuando en la calle del Oso inauguran agosto invitando a limoná a todo el que se acerque, rumbosos como gato que se precie. Fastos que anuncian la celebración más esperada del agosto madrileño: esa Verbena de la Paloma, tan divertida como mágica. La Virgen de la Paloma es una especie de patrona B, entrañable y con un punto trash, como esas madres que fueron jóvenes en la Movida. La tabla de su imagen procesiona al modo de los iconos rusos por el antiguo barrio de Calatrava, el cuadrante más canalla del callejero, y sume en un silencio reverencial, más folclórico que sincero, a los bares de copas. Roto al final por una traca de piropos a la que, en su día, bien se arrimaba Carmena.

Verbena de La Paloma

Mientras duerme el gran Madrid del espejismo corporativo, a los madrileños se nos permite ser gozosamente de pueblo, y conectar con esa alma castellana que aún alienta en las calles viejas. No deja de sorprenderme tanto madrileño atrapado en ese círculo infernal de Montecarmelo, Azca y Habanera, que morirá sin sospechar jamás el alma verdadera de su ciudad natal.

AZCA

Así que lágrimas de este año serán por la verbena que la nueva normalidad le ha robado al Santo y a nosotros. San Lorenzo sería seguramente un santo cachondo y fiestero; el tipo de persona que, en medio de su martirio, te esperas que suelte lo de que den la vuelta a la parrilla, para hacerse del otro lado, con tal de arrancar a Dios una carcajada desde fuera del espacio-tiempo. Es verdad que el humor requiere sorpresa y a Dios, que contempla pasado, presente y futuro, es difícil sorprenderle. Pero también está ese humor del padre que se ríe con todo el pecho cada vez que su hijo pequeño le cuenta ese único chiste de su repertorio. Un humor que se nutre, más que de la sorpresa, del cariño. Supongo que es el tipo de humor que va con Dios.