Juan Mas

La piscina (II): «Pocas polémicas más chorras que la del veraneo del Norte contra el del Sur»

| 15/7/2020 22:45

‘La piscina’ es una crónica de Madrid en verano, esa ciudad de cuyos humeantes pavimentos, fruto del infernal calor, huyen los que viven en ella; pero de la que disfrutan, tras vencer la molicie, aquellos defensores de su indolente encanto.

Pocas polémicas más chorras que la del veraneo del Norte contra el del Sur. Y pocos argumentos más tramposos (obsérvese el elegante requiebro para sortear el término falacia) que el de ensalzar lo uno denostando lo otro. Llamar charca al Mediterráneo de aguas prístinas. O Mordor a Galicia, que es Rivendel con licor café.

En esta piscina decimos no al populismo vacacional. A la miopía de reducir la realidad a pares de opuestos. Llanes es un paraíso, Sanlúcar una joya y Ciudadela un milagro: todo al unísono. El disfrute no es tanto saber dónde buscar, sino saber qué buscar. No confundirlo con cosas que nunca lo fueron. Como ese frenesí social del enclave playero, en que tan fácil es caer. La contrarreloj más reñida del verano se mide en cenas por segundo, y deja al Tour en mantillas. Es, por supuesto, un método infalible para hacer acopio de estrés de gran pureza. Estrés certificado, de lunes de oficina.

Taberna de Ángel Sierra

Y, si nos paramos a pensarlo, es posible que descubramos una verdad incómoda. La mayoría de compromisos de estos días son con gente que podríamos frecuentar durante el año, y no lo hacemos. Igual convendría preguntarnos por qué. Y preguntarnos, de paso, si no sería mejor dejar alguna cena en copa, y alguna copa en “qué bien verte”. Y algún “qué bien verte” en un tirarse en plancha tras el lineal de los bronceadores.

¿Y qué afila ese olfato para el disfrute, hasta elevarlo casi a superpoder? Exacto: veranear en la ciudad. Bajo los adoquines, sí, no hay arena de playa. Ni falta que nos hace: está el parque temático de Epicuro. Basta saber de qué va el asunto. Buscar un alto desde el que ver caer la tarde, mientras suena Summertime en la versión, vertiginosamente lenta, de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong. Ese amargor, qué bien sienta a los ocasos que se pasan de azúcar, y empiezan a virar a póster de sacristía. Están pidiendo a gritos una gota de angostura que llegue a tiempo y evite la catástrofe.

O buscar, en el centro del día, esa penumbra fresca de las bodegas. Con su olorcillo a rancio y a vermú. La Ardosa y tu tortilla. Los yayos de Casa Camacho (vermú, ginebra, casera: una cosa fenomenal para la navegación). El último del barrio, en Ángel Sierra, acompañado de un camioncito de encurtido. Y luego cambiar de zona y de concepto. Y acabar en La Sastrería, en Ponzano: vermús de autor sin ínfulas entre los que morir.

La Sastrería de Ponzano

Y la resurrección en la piscina, claro. Entre buenas lecturas. Le he copiado a Cris Esteban el libro de Palacios de la Castellana (Turner), un paseo deslumbrante por el Madrid que pudo ser y no fue. Y por el que se salvó por los pelos de no ser, como el de esos magníficos plátanos centenarios de Prado-Recoletos, que casi perdemos en un delirio urbanístico y son herederos de los que plantara la mano de Felipe II.

Cuando empiezan los calores de cada verano, es obligada una vela de agradecimiento a Tita Thyssen, conservadora en el sentido más genuino del término. Ignoro si es mujer devota pero, si alguna vez la canonizan, grapado al expediente debería ir un buen puñado de hojas de esos plátanos. Que nos redimen, año tras año, del calor y de la desmemoria.