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Ignacio Peyró: «Madrid ha tenido esa parte de campo toledano, pero también la sofisticación de la Corte»

«Madrid Q&A» es un espacio, en forma de cuestionario, que indaga sobre la relación personal de vecinos o visitantes de Madrid con la ciudad. Y, quien dice la ciudad, dice del Xanadú al pico de Peñalara: que Madrid, ya lo sabemos, no es tanto un callejero como un estado mental.

Ignacio Peyró cultiva en sus libros –como el deleitoso Comimos y bebimos (Libros del Asteroide)– una línea de dandismo celebratorio, reflexivo y entreverado de nostalgia. Contrapunto oportuno al ímpetu que, uno puede imaginar, despliega a diario en sus otras facetas: director del Instituto Cervantes en Londres (en una etapa de especial proyección para la institución), de la edición digital de Nueva Revista y de The Objective, amén de articulista de postín. Encuentra, pese a ello, tiempo para responder a nuestro cuestionario con pausa, gran amabilidad, y el entusiasmo indisimulable de un vitalista acérrimo.

1. ¿Cuándo le dan a uno el carnet de madrileño?

Tener carné de madrileño tiene menos trámite que comprarse un bonobús. La pureza de sangre en lo referente al origen cuenta poco en una ciudad donde ha sido de buen tono pasar el mayor tiempo posible fuera. Ocurre también lo contrario: casi nadie se enamora más de Madrid que ese ganadero de Vitigudino que viene a visitar a sus nietos o la pareja de médicos que se llegan a un congreso de pediatría. A estos forasteros -qué poco casa esta palabra con Madrid- les he oído auténticos himnos con un boquerón en vinagre ondeando en una punta del palillo.

2. ¿Qué es lo mejor de un gato? ¿Y lo peor?

Como suele pasar, los defectos son el lado tonto de las virtudes. La arrogancia da un aire de teatralidad a la vida madrileña y quita inseguridades ante la mirada ajena. A la vez, imagino que puede ser cargante cuando uno es el sujeto paciente. Los madrileños tendemos a creer que Madrid es a la vez el ombligo y la vara de medir del mundo. A veces pareciera que ser madrileño es un oficio.

3. ¿Dónde queda el ascensor para ir de Madrid al cielo?

Estará en alguna sala del Prado, pero Madrid, aunque ruidoso, rara vez es grandilocuente. Hay que fijarse en su belleza: el color violáceo del palacio real visto desde la plaza de Oriente; conventos y colegios en ladrillo neomudéjar; la serliana del Botánico -cifra de un Madrid dieciochesco y elegante-; el Madrid administrativo que sueña con el Escorial; esos carteles de pensiones con nombres regionales, el timbrazo de Lhardy, la brusquedad de algún camarero con chaquetilla blanca todavía en José Luis.

4. ¿Cuál es el último amanecer que ha visto o, en su defecto, el que no olvidará nunca?

No sé si echo de menos esos amaneceres o la edad que tenía. Ahora, si veo amanecer, es porque tengo que ir al baño. Por citar algo heroico, recuerdo con fascinación alguna vez que fui pronto, muy pronto, a Mercamadrid.

Amanecer en Madrid

5. ¿Una alcoba en el centro o un palacio en las afueras?

Lo ideal sería tener una vida que te permitiera pasar unos pocos meses al año en Madrid, y tener un piso en el centro. Lo normal es que a los veinte años quieras la alcoba en el centro y a los sesenta una ilusión de jardín en las afueras.

6. Desmiéntame un tópico sobre Madrid o los madrileños.

Madrid no es ningún poblachón manchego. Oiga, me sumo a lapidar Madrid en lo que haga falta, y no voy a ir fanfarroneando de nada. Incluso acepto lo de manchego, en parte. Pero aquí escribía Góngora, pintaba Velázquez, Boccherini componía y Casanova se escandalizaba del libertinaje de los bailes. Aquí había embajadores de Venecia y naomaquias. Por tanto, has tenido las dos cosas -esa parte de campo toledano, pero también la sofisticación de la Corte.

7. Ahora, confírmeme otro.

Le descubro -por así decir- uno, que me sorprende no se diga. Madrid tiene algunas partes que son de una tristeza, un desconsuelo y una fealdad arquitectónica muy importante. Tanto, que llega a ser una belleza -la del desamparo. Hay calles y patios de interior donde parece que martirizan a un gato cada tarde.

8. ¿Cuál es el mejor momento del año para degustar Madrid?

El otoño es la estación de las ciudades.

9. ¿En qué rincón de la ciudad se cita con la nostalgia?

El problema es que no me cito: me asalta. Hemos perdido mucha individualidad y carácter en veinte años. No es una queja de cascarrabias, ni una elegía ful: ahora todo son tiendas de camisetas. Pienso en lo que daría por entrar al hotel Mindanao, volver a Balmoral o a Jockey. Pero aun más que los grandes sitios, echo de menos que las tiendas no sean las tiendas que ves en todas partes. Por no hablar de un placer madrileñísimo: ir a comprar el periódico al Vips de madrugada.

Bar Balmoral

10. ¿Para qué sirve una olimpiada?

Quince días de publicidad y una vida en el recuerdo. Inversiones, infraestructuras. Y tener en tu ciudad a la selección sueca de natación sincronizada.

11. ¿Qué le enamora más… de Barcelona?

Marina Porras.

12. ¿Quién es Madrid hecho carne?

Jerónimo de Barrionuevo, Galdós, Barea, Baroja, un cierto Goya, un cierto Almodóvar… y Julio Iglesias.

13. ¿De qué piezas consta su día diez en Madrid?

Si ha habido jerez o -siempre importante- dry martini, es que ha sido un día muy bueno.

14. ¿Cuál es el himno no oficial de Madrid?

La canción del imperio de Los Nikis, esa en la que estamos machacando a Yugoslavia (!), es coreada con tanto ahínco que uno solo puede pensar que expresa algo muy hondo. Alternativamente, el “que viva España” con que a veces, a medio servicio, se arranca el dueño de De la Riva con todos sus altavoces.

15. ¿Qué vista de Madrid le hace olvidar el mar?

El bodegón de pescados de Casa Rafa.

Casa Rafa

16. ¿Callos o sushi? Y, ya que estamos, ¿Lucio o DiverXo?

Diverxo podría ser de más lugares, pero Lucio es de lo más castellano -en equilibrio entre Castilla la Vieja y la Nueva- que tiene Madrid. Lo otro: muy bien el sushi, muy cansino el mal sushi -tan abundante- y, ante todo, una pena que haya mil nigiris de pez mantequilla por cada zarajo.

17. ¿Cuál es su rasgo más inequívoco de madrileñismo?

Sujeto muy bien la copa. Y, sin llegar a la dramaturgia de los sevillanos, sé cómo sacar pecho en la barrra.

18. ¿A quién le alfombraría de claveles la Gran Vía?

Respuesta de legionario: a mi novia y a mi madre.

19. ¿Hay vida más allá de la M-30?

Hay que airearse. Madrid es un microondas. Solo hay que ser madrileño en Madrid. Fuera y juntos nos convertimos en plaga.

20. ¿Cuál es el secreto mejor guardado de su Madrid?

Un momento muy poético a una hora más bien biológica: cuando, a eso de las cuatro y media de la mañana, el aire de mi barrio se empieza a impregnar de olor a churro.

21. ¿Y su último descubrimiento en la capital?

Mi último descubrimiento es de hace años y a saber si no ha cerrado.

22. ¿Qué vez se dejó el corazón en Madrid, como Chavela?

Si fuese un poeta popero, un carrozón de la movida o un articulista canallita, diría que lo dejé en mil portales, pero como no aspiro a ninguna de estas transitadas categorías, diré que lo dejé cuando me fui a vivir fuera.

23. Lugar de Madrid en que ha sido más feliz.

Hay lugares que, más que con la felicidad, se confunden con la vida, como el Retiro o el Prado.

24. Mejor lugar para aprender algo de un hijo.

En general soy partidario de que los hijos aprendan de los padres.

25. Y, si se pierde, ¿dónde le encontramos?

Frotando la barra en Cuenllas o en Bodegas Casas. O en la triple A: Asturianos, Angelita, Arzábal. Hay que ser leales a algo. Los sitios tienen que ser buenos, pero nos gustan más por nuestros que por buenos.