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Miguel Iglesias: «Tocar en la calle es la democracia en su mejor y su peor versión»

| 03/11/2021 10:40 | Actualizado: 25/11/2021 13:25

Miguel Iglesias se ha convertido este verano en una guitarra con ruedas. Cogió la moto, se echó la guitarra al hombro y, cómo se suele decir, carretera y manta. Tan intenso ha sido su tour como su carrera profesional: comenzó con su grupo propio, Preciados, fue con Rubén Pozo y su guitarra, se fue hasta México para atender La Llamada de Javier Ambrosi, allí disfruto y se enamoró pero tuvo que volver.

El guitarrista nos cuenta todo esto y más en La Azotea de Madrid365.

¿Cuándo empieza a gustarte la música?

En el momento que mi padre conoció a mi madre y se juntaron sus gametos.

¿Cuál fue la primera canción que recuerdas?

La Primavera de Vivaldi.

Tuviste un grupo que se llamaba Preciados, pusisteis la música a la Vuelta Ciclista, ¿qué supuso para vosotros?

Para mí supuso el conocer la industria desde dentro y de algún modo desencantarme con ella. Porque la industria musical es más industria que música y yo soy más músico que industrial.

¿Qué crees que se puede hacer para cambiar eso?

Nada. Es naturaleza humana, es como funcionan las cosas. No estoy en contra de ello y no me parece mal, pero gracias a eso descubrí lo que no quiero. E insisto, creo que la industria no solo es necesaria, es inevitable, pero es una forma de trabajar que no va con mi naturaleza.

Descubriste que es lo que no querías, entonces ¿qué es lo que quieres?

Quiero autenticidad, verdad y calidad. Creo que la industria sacrifica por lo menos una de esas tres en muchos momentos.

Has querido hacer un tour, y así ha sido, ¿cómo ha sido esa aventura?

Pues la verdad es que lo planeé en una semana. No me habían salido conciertos este verano y tenía una moto de un amigo de mi padre que ya no la podía usar y estaba ahí muerta de risa. Sumé uno y uno y dije «me voy».

¿Por qué los lugares en los que has estado?

La verdad es que no lo planifiqué tanto. O sea, hice un dibujo con tiralíneas en el mapa y era consciente de que una vez empezase el camino la gente me iba a recomendar sitios y yo mismo iba a ir decidiendo. Así que fue algo… un work in progress, digamos.

¿Qué es lo que tiene de especial en la calle?

Diría que la calle te enfrenta a la versión más cruda de en qué consiste un evento musical. Te hace darte cuenta de qué es lo que realmente hace que la gente te preste atención y, sobre todo, que disfrute. Y eso es un aprendizaje que luego puedes aplicar a absolutamente todos los demás escenarios a los que te subas.

¿Has tenido algún problema por tocar en la calle en alguna de las ciudades?

En todas prácticamente. El más notorio fue en Viena. Un señor llamó a la policía porque se quejó del ruido y eran las nueve de la noche en una calle principal, Stefan Platz, junto a la catedral. Había como cien personas viéndome tocar.. o sea que el ruido que hacía yo era menor del que hacía la gente. Y aún así el tipo llamó a la policía y la policía estuvo a punto de multarme. Y si no lo hicieron fue porque manipulé un poco a las masas, jajaja… Cuando el policía me dijo que me iba a multar yo se lo dije a la gente y empezaron a abuchear y a apoyarme. Eso sí, no me multaron con la condición de que me fuera.

Como esta te podría contar 80 tocando en la calle. En Londres hace años hubo un policía que venía siempre detrás de mí, era el típico racista de U.K. que luego votó por Brexit, y venía siempre diciéndome que me iba a echar del país. Y ya llegó un día en el que me hinchó las pelotas y no me quise ir, el tipo me amenazó con quitarme el equipo y cuando fui a agarrar mi amplificador para evitar que se lo llevara, me agarró de la muñeca, me la retorció, me cogió del cuello y me estampó contra un muro durante diez segundos. Me dejó el cuello morado. Todo esto con la gente mirándome.

Y eso es una, insisto, de muchas… De vagabundos que vienen y me tiran el micrófono, gente que intenta robar show… tocar en la calle es la democracia en su mejor y su peor versión.

Y, ¿tocar en las calles de Madrid?

La verdad que Madrid es bastante amable, excepto por los policías. Son muy chulos, la verdad.

Ya que estamos dando una vuelta por el mundo, ¿qué se te perdió por México… Alguna ‘llamada’, quizás?

Sí, sí, justo me llamó Javier Ambrossi, a quien conocía desde mucho antes de que hubiera escrito siquiera el guion de ‘La llamada’. Me escribió nada más volví de Londres diciéndome que un productor había comprado los derechos en México y que necesitaban un teclista y que no les gustaba ninguno de los que había allí. Así que me dijeron si quería ir y les dije que sí. La producción duró tres meses pero me enamoré tanto del país que conseguí sacarme un visado con una agencia de modelos y actores y quedarme. Es gracioso porque allí, si eres rubio, te llaman ‘güero’ y te ponen a hacer anuncios. De hecho hice dos.

Después de trotar tanto por el mundo… ¿Te costó volver?

Si, me costó bastante. Volví porque me estaba quedando sin un duro y conseguir trabajo para mí en esas circunstancias no era fácil. Y luego también porque había estado escribiendo canciones durante esos dos años y cuando ya sentí que tenía todo el repertorio decidí que era momento de grabar el disco.

¿Qué es lo más “jevi” que has hecho por la música? Como fan y como músico.

Como fan… hace muchos años, Pereza iba a dar un concierto en el Café La Palma, acababan de sacar ‘Aviones’ y tocaban por el aniversario, creo recordar. Venían de llenar el Palacio de los Deportes y de pronto iban a tocar en un garito para 100 personas. Yo le había prometido a mi novia de aquel entonces que le iba a conseguir entradas y, despistado yo, llegó el día del concierto y no tenía las entradas.

Total, me fui al sitio, me colé en la prueba de sonido y me acerqué a Rubén, que estaba por ahí, y le expliqué la movida. Rubén me dijo que hablara con el manager y me dio dos entradas, así que finalmente pude llevarla a ver a Pereza y, encima, en primera fila.

¿Cómo ha cambiado la música en los últimos años?

Te diría que ahora se hace música más sofisticada, en parte gracias a la tecnología y a la educación española actual a la que no se tenía acceso en los años 80, pero creo que se hacen peores letras. Creo que antes, en España, había mucha más lírica, y creo que el franquismo tenía mucho que ver. En la televisión pública, en los periódicos y hasta en las calles existía una especie de código a la hora de hablar que hoy en día sonaría muy rebuscado y muy pedante, pero en aquella época era lo normal. Creo que la gente era más culta a nivel literario pero más inculta a nivel musical.

El tipo de música es muy distinto, ahora no escucho a nadie parecido a Revolver o a Sabina…

En 1979 el disco más vendido fue el de Los Pecos: dos millones de copias. La gente siempre se va a lo comercial, siempre. Lo que pasa que miramos al pasado con ojos nostálgicos y nos quedamos solo con lo que ha sobrevivido al paso del tiempo. Pero no nos engañemos, la gente siempre ha sido igual de hortera e igual de borrega.

Hablando del pasado, voy a rescatar a uno de los miembros de Pereza: Rubén Pozo, ¿cómo fue trabajar con él?

Pues yo estaba con Preciados y ensayábamos en unos locales en los que también ensayaba Pereza. Incluso fuimos teloneros suyos. No éramos amigos, pero sí nos cruzábamos, nos saludábamos y lo típico «cómo te va», «qué tal», «qué estás haciendo»…

Años más tarde, cuando Rubén grabó su primer disco se dio cuenta de que, por la producción que había hecho, necesitaba a alguien que pudiera tocar el piano, todos los tipos de guitarra y que le pudiera hacer los coros por arriba, y daba la casualidad de que yo podía hacer esas cosas.

Así que Rubén Pozo vino a verme a un garito con un colega en común y al día siguiente me llamó. Yo tenía 19 años… Imagínate. Tres años antes había ido de la mano con mi novia a verles tocar en Madrid Arena.

¿Qué supuso eso para ti?

Estaba ingrávido. Era uno de mis ídolos de adolescencia y yo todavía era un teenager, literalmente. Que me llamara Rubén Pozo fue como recibir la llamada de Dios.

Has estado mucho tiempo en la calle, ahora estás todos los miércoles en la sala Blackbird, ¿echabas de menos las salas?

La verdad es que sí, aunque después de estar tanto tiempo en la calle, tocar ahora en una sala es jugar en modo fácil. Y lo digo sin arrogancia, pues creo que hay artistas mucho más talentosos que yo y mucho mejores showman. Pero en lo que a mí respecta, tocar en salas es especial porque hay gente que va especialmente a verte.

Para “casi” terminar, me voy al principio de la entrevista… el suicidio y la carretera son de los principales motivos de muerte en este país, ¿qué supone esto para ti, que tienes una canción que dice “Suicídate y sigue con tu vida”?

La verdad es que para mí ese tema es especial. Lo primero, porque creo que es una buena canción desde un punto de vista formal. Creo que tiene una buena estructura, que es intuitiva y creo que transmite muy bien el mensaje sin irse demasiado por las ramas, pero tampoco es literal.

Y lo segundo, porque fue la canción con la que me di cuenta de que ya estaba preparado para grabar un disco y sacar todas esas canciones que había estado escribiendo durante años, después de Preciados. Para mi esa canción fue mi pistoletazo de salida.

Volviendo al inicio de nuestro tour, ¿tienes algún otro en mente?

No, no. Yo me quedo en casita tranquilo con el puchero de la abuela. No quiero contratiempos. El viaje que voy a hacer ahora va a ser más interior porque voy a volcar todos mis recuerdos de este viaje y voy a hacer un libro.

¿Y canciones?

Sí, también tengo. No me gusta forzarme a hacer canciones, creo que esa no es la forma, pero sé que saldrán. Es imposible que no salgan.

Para acabar, ¿cuál es el lugar más raro en el que te has inspirado para escribir?

Pues el lugar más raro en el que me ha venido la inspiración fue un prostíbulo. Te explico: había ido a tocar con un chaval a Llanes y tenía un concierto con Rubén Pozo en Oviedo al día siguiente. El tío me fijo que íbamos a dormir allí, pero al acabar el concierto decidió que nos volvíamos a Madrid. Obviamente yo estaba cabreado e indignado y no me quería ir, así que me quedé en en el único sitio que estaba abierto, el prostíbulo, hasta que a las cinco de la mañana cogí un autobús de mineros que salía dirección Oviedo.

Fue bastante surrealista. Imagínate el percal… señoras de 50 y 60 años, todas maquilladas como puertas. Fue un espectáculo bastante dantesco, pero me dieron una manzanilla y estuve charlando en la barra y aquello me dio inspiración para escribir una canción después.